martes, 15 de diciembre de 2009

El Alfé

Estábamos bebiendo elegantemente Sophrosyne, Adolfo "Pucho" Casares y yo en un bar de Florida, mientras el tango adornaba imperturbable y trágico nuestra conversación. Empezamos a debatir fervientemente de qué forma había que estrangular las palabras (so riesgo de ser arrestados por logocidio), pero como era de esperar, el alcohol nos estranguló a nosotros y la conversación derivó por caminos más baladíes -pero divertidos-. Fue así como Pucho Casares me comentó con desenfado que una amiga había visto un Alfé en la facultad. A pesar de mi estado de culta ebriedad (ponerse en pedo con vino tinto del bueno es cosa de intelectuales), me quedé compleatamente atónito.
- Pero usted qué se fumó, Pucho. ¿Cómo es eso de que hay un Alfé en la facultad?- Inquirí con pedante acento académico.
- Es cierto... me lo comentó la otra vuelta... antes de irse de mochilera a Sudán. Alfé... facultad... todos los lugares de la facultad... todos a la vez... jajaja.- Luego, Pucho fue incapaz de decirme nada más, ya que se durmió. Busqué la opinión de Sophrosyne, pero estaba en un rincón obscuro del bar, quebrando con elegancia. A mi las palabras de Pucho me despavilaron por completo, y mi pedo se desvaneció de inmediato.
Al día siguiente, cuando todos hubieron recobrado la conciencia, le recordé a Pucho sus palabras. Éste se incomodó por haber revelado el secreto de su antigua amiga, pero finalmente confesó que era cierto. Un lugar específico, donde uno miraba y a través de él veía absolutamente todos los rincones de la facultad, desde todos los ángulos. Todas las vivencias de alumnado de la UNLZ sociales, en ese misterioso punto. Una especie de Gran Hermano místico. Sophrosyne y yo insistimos en que debíamos buscar el Alfé, y al día siguiente comenzamos a revisar la facultad. Pero pese a extenuantes jornadas de intensiva búsqueda, las primeras dos semanas no hallamos el Alfé. Algo azorados ante la posibilidad de que la mochilera amiga de Pucho nos hubiese mentido, decidimos que el viernes por la noche sería el último día en que nos empeñaríamos en buscar el Alfé. Nos separamos, y fui a buscar en la planta alta. Me adentré en todos los salones -cuya ausencia de personas parecía gritarse sordamente-. Revisé, por último, desesperanzado, el aula 112, localizada en un lugar recóndito, desconocida para la mayoría de los alumnos. El intrin- cado pasillo que lleva allí, tal como dicha aula estaban sin iluminación, por lo que avancé a tientas. Entré en la desolada aula y caminé hasta casi el final; inesperadamente me tropecé con algo -no pude ver que era- y caí de bruces sobre el piso. Inusitadamente, se apareció ante mi. Una esfera brillante color verde esmeralda. Imposible sería para mi describir exactamente lo que vi, la vasta infinidad de experiencias estudiantiles unlzianas contenidas a lo largo de la historia de la facultad. Todas ellas desaguaron violenta y sincrónicamente en mi psiquis. Cada cosa era infinita, vista desde innumerables ángulos. Vi la primera promoción de unlz sociales; como se arrojaban huevos, harina y toda clase cosas pegajosas y que ensucian. Las manchas en el suelo nunca se lavaron y siguen vigentes hasta hoy día. Vi épocas remotas en la que los alumnos podían lavarse y secarse las manos en un mismo baño. Vi a todos los profesores, todos a la vez, dando cátedras y disertando unos con otros sin verse ni hablarse, de forma extemporánea. Vi a esos mismos profesores en altas horas de la noche, cuando ya no hay alumnos, haciendo fiestas locas re locas, con birra, droga y descontrol. Vi militantes de tiempos antiguos, dando una y otra vez materias de primer año sin lograr pasar, pero avanzando en su carrera política. Vi a algunos profesionales picarones chamuyarse a chiquillas universitarias. Vi miles y miles de impresiones de un diario que narra los sucesos de esta sociedad hipergorila. Cuando logré separarme del Alfé, sentí que había pasado horas delante de aquél punto misterioso (sin embargo, más tarde noté que sólo habían pasado unos pocos segundos), y acto seguido un tremendo dolor de cabeza me asaltó. Tropezando con los pupitres, salí jadeando del aula, y afuera me encontré con Pucho y Sophrosyne. "Me tropecé", les comenté, y se me cagaron de risa en la cara. Lo del Alfé me lo guardé para mi. Les diría que no encontré nada y que no valdría la pena seguir perdiendo el tiempo para buscarlo. Y dudo mucho que en tiempos futuros alguno de los pocos alumnos que visitan el aula 112 encuentren el Alfé, ya que la única forma de verlo es mirando en un recoveco con la forma de la cara de Jorge Rial en el ángulo izquierdo de la pared del fondo. Yo podría ir a visitarlo cuando quisiera, y ver las minitass de la facultad -tenemos la suerte que en la UNLZ sociales, chicas lindas sobran-, aunque ahora me convertí en un vouyeur de los grandes, tengo que ir al psicólogo.

FIN
Basado en "El Aleph" de Jorge Luis Borges

PD: Estudiantes de letras o amantes de la buena literatura, por favor, eviten putearme.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vi épocas remotas en la que los alumnos podían lavarse y secarse las manos en un mismo baño.
JAAJAJAJAJAJAJAJA
No creo que nadie te putee, está muy bueno.
y si, obvio que chicas lindas sobran.. jaja
un saludo gente.
Ju

Anónimo dijo...

"Les diría que no encontré nada y que no valdría la pena seguir perdiendo el tiempo para buscarlo"

e aqui el error! otra vez mas se presenta el interes propio... oh unico plager! guianos!

Comentá, maestro